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39 Cuando el rey pasó, el profeta lo llamó y le dijo:

―Señor, yo estaba en la batalla, y un hombre me entregó un prisionero y dijo: “Cuida a este hombre; si él se va, morirás, o me tendrás que dar treinta mil monedas de plata”. 40 Pero mientras yo estaba ocupado en otra cosa, el prisionero desapareció.

―Bueno, es culpa tuya —respondió el rey—. Tendrás que pagar.

41 Entonces el profeta se arrancó el vendaje de los ojos, y el rey lo reconoció como uno de los profetas.

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